La inseguridad se convierte en la gran preocupación de la población, que recibe a cuentagotas comida y agua, mientras el Ejército trata de tomar el control de la ciudad después del huracán

Es un puente pero se ha convertido en el reflejo de la catástrofe. Esta infraestructura del bulevar de las Naciones es el único punto al que llega la red telefónica dentro de la zona de Punta Diamante, en Acapulco. Aquí se levantan decenas de brazos para buscar señal y cada uno representa una arista de la tragedia. Está Marcos Ávila, que ha cruzado medio Estado de Guerrero, desde Cuajinicuilapa, para llegar a la ciudad a buscar a su hija, se llama Marixa, tiene 20 años y no aparece desde el miércoles en la madrugada. Enfrente de él, Matilde Ledezma llora al recordar que salió de su casa con el agua al cuello y ahora duerme en una cancha de fútbol. También Mónica García, que es diabética y se está quedando sin medicamentos en una ciudad desolada. Aquí se levantan decenas de brazos y cada uno es una espina del desastre que ha quedado tras el huracán.

Acapulco es una ciudad alargada, que mira a la costa de la que vive desde hace décadas. No hay esquina ni colonia que se haya salvado del paso de OtisEl huracán ha dejado 45 muertos y 47 desaparecidos, según cifras oficiales, que siguen actualizándose conforme se recupera el acceso y la comunicación con muchas colonias. A los estragos del feroz huracán se han sumado la lenta y desorganizada respuesta del Gobierno, que no empezó el reparto de despensas hasta el sábado, cuatro días después de la catástrofe, y también los saqueos. Ya no hay tiendas, ni grandes ni pequeñas, en Acapulco. La ciudad ha sido, de forma absoluta, asaltada.

Aquí falta todo: apenas se está recuperando la red eléctrica y telefónica, no hay suministro de agua, tampoco gasolina, y llega a cuenta gotas la ayuda de comida y agua potable. A la emergencia de todos los servicios básicos se ha sumado la inseguridad. Acapulco ya era antes de Otis una de las ciudades más peligrosas del mundo. A la tasa de 50 asesinatos al mes se le añade ahora el estado de desastre. Los días posteriores al huracán regresaron los heridos que habían recibido machetazos, tiros, navajazos. En ese marco, nadie se atreve a dejar su casa. La inseguridad se ha convertido en la principal preocupación.

Unos huevos con chorizo y un cocodrilo

Mónica García ha mandado a sus dos hijos y a sus tres perros fuera de Acapulco, mientras ella y su esposo se quedan a resistir los estragos del ciclón en el fraccionamiento Cessat 2, en la colonia Colosio, al sur de la ciudad. Este vecindario de maestros, contadoras y cocineras, de casitas de concreto, es una muestra de la organización a la que han llegado muchos habitantes para resistir estos días sin ayuda del Gobierno. Han quitado escombros, apartado los árboles que taponaban sus calles, agrupado la basura para que cuando lleguen los militares esté todo recogido y “no tengan tanto trabajo”.

María de los Ángeles prepara unos huevos con chorizo para sus vecinos. Como herramientas: una olla, un tendedero y unos palés rotos para hacer el fuego. Rosa Marta Torres pide que se avise a su hija, que es enfermera en Ciudad Juárez, de que ella y sus nietos están bien, no ha podido salir a buscar conexión para no dejar solos a los niños, tampoco a agarrar nada de comida, pero llevaba días almacenando agua de lluvia para poder lavar, la casa está impecable. Fanny cuenta que el huracán le trajo una nueva mascota; un cocodrilo daba coletazos detrás de su vivienda mientras trataba de escapar de una palmera caída que lo había atorado. Muy cerca de él bramaban las vacas de un campo: “Yo creo que lloraban, pero, ¿qué podíamos hacer? No podíamos salir a por ellos”. Los animales ya no emiten ningún sonido.

En esa zona de Punta Diamante, que colinda con la laguna Tres Palos, después del huracán vino la inundación. “A las 11 empezó el viento. A las 12.30 comenzó a romper vidrios, volaban las tejas. Se calmó a las 2.30, ya de ahí seguía nada más un viento normal con lluvia. Pero a las 05.00 fue que empezó a subir el agua. En unos 15 minutos ya nos llegaba al pecho”, relata cronológicamente Matilde Ledezma, que vive en Granjas del Marqués. El nivel del agua ha bajado con los días pero ha quedado el lodo. “Necesitamos escobas, necesitamos jaladores, que nos apoyen, por favor”, solloza desesperada la mujer, después de cuatro días incomunicada y sin apenas dormir. “Aquí no han llegado militares, ni nada. Nada más andan los helicópteros, pero en realidad nosotros no los necesitamos arriba, los necesitamos abajo”, dice el sábado a medio día.

Una vida sobreviviendo huracanes

No es la primera vez que estos vecinos viven una catástrofe. “Me tocó Paulina, me tocó Ingrid y Manuel, y me tocó este. Espero en Dios ya no me toque otro, ya no”, llora Matilde al enumerar los distintos huracanes que han golpeado Acapulco. Estos desastres trajeron agua y causaron cientos de muertos, pero no hay recuerdo comparable al viento de Otis, que lo convierte en el huracán más fuerte que ha impactado el Pacífico mexicano, con categoría cinco y vientos de más de 250 kilómetros por hora.

Todavía no hay un balance oficial del impacto que ha tenido el huracán. Las imágenes satelitales del programa Copérnico, de la Unión Europea, han puesto cifras antes que la Administración de Andrés Manuel López Obrador a la magnitud de la tragedia: 580.000 personas damnificadas, 7.000 hectáreas de construcciones destruidas o dañadas y más de 900 kilómetros de caminos y calles inundados. Las autoridades anunciaron el domingo que se habían repartido, hasta ese momento, unas 20.000 despensas y 200.000 litros de agua. Una cantidad que no cubre a los casi 600.000 afectados, lo que provoca horas de filas para conseguir un garrafón de agua y una bolsa con aceite, arroz, frijol, croquetas para los animales y papel higiénico.

El desabasto y la inseguridad han provocado un éxodo masivo de Acapulco, que era el motor de uno de los Estados más pobres de México. Salir por carretera, como muchas de las vías están dañadas, puede costar más de seis horas. Aun así, para tomarla, hace falta tener el coche en funcionamiento y reserva de gasolina. Desde el sábado, la Guardia Nacional comenzó a resguardar a las gasolineras antes de que el robo de combustible provocara “una tragedia mayor”. El aeropuerto tampoco está en funcionamiento, ya que el huracán destruyó la torre de control, pero Volaris, Viva Aerobús y Aeroméxico están efectuando vuelos diarios de rescate. Son gratuitos para toda la población, aceptan mascotas y solo se requiere de una identificación. De momento siguen hasta este martes.

El edificio Nautilus, un lujoso condominio privado, tenía un gimnasio con vistas al mar. Construido con láminas y tabla roca, Otis lo ha convertido en una estructura desgajada: ha perdido todos los cristales y gran parte de las paredes de sus 20 pisos. Dentro, solo resistieron hasta el viernes Vicky Carrero y su esposo Albert. En primera línea a la bahía, el huracán se ensañó. Vicky enseña el agujero en la pared de una habitación que deja vistas al exterior y da las gracias por estar viva. Ellos abandonan su casa con la esperanza de regresar pronto. Ya han hablado con un ingeniero de obras que pueda arreglar el desastre. Es difícil desde dentro de Acapulco dimensionar la catástrofe. El 80% de los hoteles afectados, la gran mayoría sin seguro, en una ciudad que vive del turismo. Colonias enteras anegadas por el agua y lodo. La misma pregunta se repite de punta a punta de la bahía: ¿cómo se reconstruye una ciudad devastada?