Los fiscales no están actuando conforme al derecho, se encuentran sumisos ante criterios políticos y personales, señala Alejo Sánchez Cano.
Nunca entendieron en qué consistía su independencia y autonomía de gestión, ambos desde su nombramiento, creyeron que las cosas deberían seguir igual que antes, por eso se plegaron a quien, según ellos, le debían su nombramiento.
El trabajo que han hecho al frente de las Fiscalías a su cargo, por decir lo menos, ha sido desapegado a derecho y plegado a criterios en todo caso, políticos y personales.
Las renuncias de Alejandro Gertz Manero y Ernestina Godoy caminan en senderos paralelos y será en primera instancia la presión que ejerza el poder legislativo, tanto federal como local en el caso de la CDMX, para que solo sea cuestión de tiempo para que dejen sus cargos.
Ambos son cartuchos quemados, fusibles en desuso, que carecen de toda credibilidad debido a su completa dependencia al presidente López Obrador y a la jefa del gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum.
A los dos Fiscales, el de la República y de la Ciudad de México, los distinguen el maniqueísmo y la connivencia con transgresores de las leyes desde el poder, esos que tuercen las leyes a su entera conveniencia, para satisfacer las venganzas políticas de sus mentores.
Cuando se esperaba que la figura de Fiscales Independientes fuera un parteaguas en la investigación de los delitos y el esclarecimiento de los hechos, así como en una procuración de justicia eficaz, efectiva, apegada a derecho que contribuya a combatir la inseguridad; resultó todo lo contrario, ya que hicieron de la simulación su modus vivendi y con ello perder su mayor capital de operación; la independencia y autonomía.
Uno; invistió como testigo colaborador a un delincuente confeso que engañó a todos, incluyendo al presidente de México para gozar de impunidad, sin tener pruebas de sus dichos para afianzarse de un clavo al rojo vivo para pretender acabar de golpe y plumazo contra los adversarios de AMLO, desde Felipe Calderón hasta Ricardo Anaya, con el caso Lozoya; la otra, estuvo peor. Alteró los dictámenes internacionales conforme a los intereses de la señora Sheinbaum para golpear a Marcelo Ebrard, su principal rival en la carrera presidencial por Morena, con el accidente del Metro, al argumentar que fueron los pernos mal colocados desde su construcción lo que provocó el accidente, pasando por alto que durante una década la Línea doce funcionó sin problemas pero en cuanto dejaron de darle mantenimiento mayor, vinieron de inmediato las consecuencias.
A Gertz Manero ya le están tendiendo la cama y solo es cuestión de tiempo para que, por razones de salud, tenga que abandonar su encargo. En cambio, a Ernestina Godoy se le hizo bolas el engrudo que, con las contrademandas que se están preparando en su contra, pues terminará siendo más un estorbo que un aliado de Sheinbaum, no solo en sus pretensiones presidenciales, sino en la gobernabilidad de la capital del país.
Parte del gravísimo problema que representa la inseguridad en el país, y en particular en la CDMX, es precisamente la corrupción que prevalece en las Fiscalías, instituciones que no solo han traicionado los principios torales por las que fueron creadas, sino que tergiversan las leyes conforme a caprichos e interés ajenos al derecho.
Los ministerios públicos y las fiscalías, con honrosas excepciones, representan ese enorme lastre que arrastra la impartición de justicia y que ahora más que nunca requiere, ya no digamos de un nuevo entramado jurídico, sino hombres y mujeres comprometidos con el estado de derecho y con las atribuciones que juraron protestar.
Si tuvieran un poco de dignidad Alejandro Gertz y Ernestina Godoy deberían renunciar a sus cargos antes que la avalancha de reclamos por su proceder los devore. Solo es cuestión de tiempo.
Mientras, padeceremos a dos “fiscales carnales” que ni siquiera cuando los procuradores dependían del presidente en turno o del jefe del gobierno capitalino, mostraban tanta sumisión
En poco tiempo, ambos funcionarios Gertz y Godoy, le quitaron el poco lustre y prestigio con el que nacieron a las fiscalías a su cargo, al reducirlas a una oficialía de partes del poder Ejecutivo.